Ámbito Financiero, 19/11/03
Jesús Leguiza – Fundación de Estudios para el Desarrollo Económico y Regional de Argentina (FEDERAR)
Los argentinos vivimos, desde hace 70 años, de confusión en confusión, de traspié en traspié. Saltamos de lo psicópata a lo paranoico en un constante juego pendular. Lo único constante e inmutable son dos problemas: el recurrente déficit fiscal y la cultura rentística nacional en la mayoría de la población y sus gobernantes. Todos quieren que el otro pague la cuenta. Los gobiernos quieren que paguen los agricultores, los industriales (al menos la gran mayoría) quieren que pague el gobierno, los productores y también los consumidores (por ejemplo, con tasas de interés negativas con respecto a la inflación, promociones industriales, exenciones impositivas, abastecimiento con bajos precios de materias primas o altos precios internos de sus productos, incluso mayores a los internacionales, etc. etc.)
La explicación para el primero de los problemas es la enfermiza insistencia de seguir gastando más de lo que se genera, de lo que se gana. Es igual que en casa de uno, si gasta más de lo que gana, primero acaba con los ahorros (si los hubo), luego se endeuda y después quiebra. El estado, con el déficit fiscal recurrente, no quiebra pero entra en default. El Estado y sus múltiples gobiernos no han podido domar al déficit fiscal, ningún gobierno pudo hacerlo, democrático o de facto.
La causa fundamental está en el segundo problema mencionado, en la cultura rentística, en el pensamiento rentístico nacional, en la devoción al estado del bienestar, en la creencia que todos nos salvamos por el Estado benefactor, ese Estado que todo lo puede, ese estado surgido después de la crisis de los años 30 y agotado totalmente en 1989.
El campo argentino es fuente de toda la riqueza nacional, o al menos de gran parte, eso está claro y es evidente. Pero el campo no es todo, no se puede extraer todo de él, ni siquiera alcanza para todos. Los agricultores vienen sufriendo una discriminación recurrente desde hace 50 años, mejor dicho una persecución psicótica, con las famosas retenciones (que en realidad son impuestos a las exportaciones, un castigo a los que son competitivos y que no piden dádivas o privilegios); éstas, las retenciones, surgieron en la época del primer gobierno de Perón y se mantuvieron con todos los gobiernos, llegando al extremo de imponerse un 55 % de retenciones a la soja en la campaña 1975/1976.
Ahora nuevamente se trata de expropiar aún más a los agricultores, un proyecto del legislador Mario Cafiero, pretende elevarlas al 30 y al 35 %, (sean granos o subproductos), casi como en la primer etapa de Martínez de Hoz. ¿Qué defiende este legislador?. ¿Defiende acaso a los agricultores de la provincia de Buenos Aires?. ¿Defiende a las nuevas generaciones de argentinos obligando, mediante retenciones, a que los chacareros trabajen con “rotación de cultivos”? El legislador, quizás en su buena voluntad de ayudar, acude nuevamente a la cultura rentista, a la cultura del “que pague otro”. El legislador bonaerense castiga a los agricultores más eficientes, a los agricultores que más tecnología han incorporado en los últimos años e, indirectamente, también castiga a la provincia de Buenos Aires, a cuyo pueblo representa, porque las retenciones no son coparticipables. Se extrae del circuito económico, un valor más que proporcional al aumento propuesto, un efecto negativo extraordinario. Lo seguirán otros ???
Para tapar estas malas prácticas, es necesario crear fantasmas, demonios, encontrar a los malos de la película. Es justamente lo que se pretende ahora con el campo, haciendo un demonio de su producto principal, la soja. Esto, como ha hecho un programa de televisión, es ser funcional a las malas prácticas de política económica; es ser funcional a los más variados e irracionales argumentos, tales como: que la soja es exótica, que la soja es transgénica, que la soja es negocio de los obtentores (semilleros legales), que la soja es negocio de las grandes cerealeras, que hace mal a la salud, que no sirve para la dieta de niños, bla, bla, …
Lo cierto es que como depresivos autodestructivos, los argentinos, encontramos otro enemigo, ahora interno: la soja. Enemigo que justamente es la materia prima del sector más competitivo y eficiente que tenemos. El complejo sojero argentino es un sector industrial muy competitivo en el mundo; en el extranjero, los industriales inversores de verdad dicen, “queremos una planta aceitera como las argentinas”, todo una referencia, un hito.
Otro hito, es la misma producción actual de soja de Argentina, Brasil y en menor medida la de Paraguay. Por primera vez en la historia, la producción de estos países del hemisferio sur es más importante que la producción de EEUU y de todo el hemisferio norte. Hoy, la Bolsa de Cereales de Rosario o la de Buenos Aires bien pueden ser consideradas como el mercado de Chicago en el sur. La Argentina y Brasil son referencia en materia de precios internacionales, ya no somos meros tomadores de precios como se decía antes. Ahora Chicago pone los ojos en nosotros, observa qué está pasando en esta región del mundo para manejar los stocks mundiales y los precios.
Lo importante es reconocer que los precios actuales son una coyuntura favorable, nada más que eso y que es una oportunidad para aprovechar. Que ganen los que tiene que ganar, que ganen los que invirtieron, los que plantaron soja. Los precios son altos por cuestiones climáticas y, gracias a Dios, dadas las comunicaciones existentes del mundo global, se conoce al instante que pasa o sucede en los mercados.
Con el complejo sojero solo no nos vamos a salvar, pero no por eso lo castiguemos con medidas obsoletas y contrarias a los intereses nacionales, medidas de concepción rentista. Se pueden incorporar nuevas tierras agrícolas en el litoral norte y en el noroeste, sin deforestar, y con pequeñas obras públicas para el manejo de cuencas. Este complejo puede incorporar, a su vez, más valor agregado, tiene que vender más aceites refinados y menos aceite crudo, pero es necesario dar el crédito a nuestra Pampa Húmeda ampliada y a su principal producto, la soja y sus subproductos, dado que nos permite estar a la par con las tierras de la cuenca del Missisippi y sus afluentes el Tennessee y Missouri. En realidad a la par en materia de tecnología y productividad, pero no en materia de ingresos de los productores, nosotros castigamos a los nuestros, los farmers reciben tres tipos de apoyo: pagos directos, b) pagos anticíclicos y c) prestamos compensatorios para lograr un precio interno garantido.